Entrevista de Robert Ressler a Edmund Kemper
Lo que a continuación les compartimos es lo que describió Robert Ressler al entrevistar a Edmund Kempler también conocido como el Gigante de Santa Cruz.
Kemper y yo habíamos concluido nuestra entrevista así que pulsé el botón para solicitar mi salida. Esperé un poco y después de unos minutos más volví a pulsar el botón por segunda vez, pero de igual forma no hubo respuesta.
Quince minutos después, pulsé el botón por tercera vez y nadie vino.
Kempler debió haber visto una expresión de miedo en mi rostro, la cual a pesar de mis intentos por disimular manteniendo la calma seguramente no pude evitar. Así Kemper, muy sensible a la psique de los demás terminó detectando ese temor.
«Tranquilo. Están cambiando de turno y dando la comida a los que están en las zonas de seguridad.» Sonrió y se puso de pie, acentuando su tamaño enorme.
«Puede que tarden quince o veinte minutos en venir por ti.»
Estoy seguro de que en ese momento esa información provocó señales de pánico más claras en mí, lo cual hizo que Kemper reaccionara ante ellas.
«Si ahora se me cruzaran los cables, ¿no te parece que lo pasarías mal? Te podría arrancar la cabeza y ponerla sobre la mesa para que el guardia la viera al entrar.»
Mi cabeza daba mil vueltas. No podía dejar de pensar que vendría por mí con sus largos brazos dejándome inmóvil contra la pared, estrangulándome y retorciendo mi cabeza hasta romperme el cuello.
Imaginaba que no necesitaría mucho tiempo, y con la diferencia de tamaño que había entre los dos, seguro que acabaría rápidamente con mi resistencia.
Él tenía razón: me podía matar antes de que yo o cualquier otra persona pudiera hacer algo al respecto. Fue entonces cuando respondí; Que si se metía conmigo, era seguro que tendría serios problemas.
Se burló: «¿Qué pueden hacer? ¿Impedirme ver la tele?»
Contesté de forma tranquila y segura que terminaría encerrado en «el agujero» —la celda de aislamiento— durante un periodo extremadamente largo. (Ambos sabíamos que el aislamiento del agujero deja a muchos reclusos al menos temporalmente locos).
Kemper sin embargo no dio tanta importancia argumentando que ya era un experto en eso de estar en la cárcel, y que podría aguantar el dolor del aislamiento ya que aquello no duraría para siempre. Al final, su situación volvería a ser más normal y los inconvenientes no serían nada en comparación con el prestigio que ganaría entre los otros reclusos por haber matado a un agente del FBI.
Mi pulso se aceleró y corrió los cien metros planos mientras intentaba pensar en algo que decir o hacer para impedir que Kemper me matara.
Estaba muy seguro de que Kemper no lo haría, pero no tenía la total seguridad, ya que, a fin de cuentas se trataba de un hombre que era extremadamente violento y peligroso el cual, como él decía; tenía muy poco que perder.
¿Cómo había podido ser yo tan estúpido como para entrar en esa habitación sin acompañante?
De repente, lo entendí; Había sucumbido a lo que los estudiantes de las situaciones con rehenes conocen como el «Síndrome de Estocolmo«.
Sin darme cuenta me había identificado con mi secuestrador y le había dado toda mi confianza. A pesar de haber sido el instructor jefe del FBI en técnicas de negociación de rehenes, ¡había olvidado este dato esencial!
La arrogancia me había llevado a pensar que había logrado tener una buena relación con un asesino y tendría cuidado la próxima vez…
Le dije: «Ed, no me digas que crees que vendría aquí sin tener algún modo de defenderme».
Ed: «No me jodas, Ressler. Sabes que aquí no te dejarían entrar con armas.»
Kemper tenía razón, los visitantes no pueden ingresar con armas dentro de las cárceles, por temor a que los reclusos logren tomarlas y las empleen para amenazar a los guardias o escaparse.
No obstante, señalé que los agentes del FBI disfrutaban de algunos privilegios especiales que los guardias normales y otras personas que entraban en una cárcel no tenían.
Ed: «Entonces, ¿qué tienes?»
«No voy a revelar lo que pueda tener o dónde lo pueda llevar.»
Ed: «Vamos dime. ¿Qué es? ¿Una pluma con veneno?»
«Quizá, pero también hay más tipos de armas.»
Entonces Kemper se puso a pensar en distintas opciones.
Ed:»Pues… ¿Karate? ¿Tienes cinturón negro? ¿Crees que podrías conmigo?»
Con eso, parecía que la situación había cambiado un poco. Había un matiz casi de excitación en su voz; o eso deseaba al menos yo.
Pero no estaba seguro y Kemper comprendió que yo no estaba seguro asi que intentó seguir desconcertándome. Sin embargo, para ese entonces ya me había tranquilizado un poco y pensé en las técnicas de negociación de rehenes. La regla más importante es la de seguir hablando, ya que el ganar tiempo siempre calma los ánimos.
Hablamos un rato sobre las artes marciales y mencionamos que muchos presos aprenden alguna para poder defenderse dentro de la prisión.
Así pasó el tiempo hasta que finalmente apareció un guardia y abrió la puerta.
El procedimiento normal es que el entrevistador se quede en la habitación mientras el guardia lleva al preso de vuelta a su celda. Pero Cuando Kemper se dispuso a salir con el guardia, me puso la mano en el hombro y dijo:
Ed: «Sabes que sólo estaba bromeando, ¿verdad?»
«Por supuesto», dije, tras un profundo respiro.
Me propuse no volver nunca a ponerme ni a mí, ni a ningún otro entrevistador del FBI en una situación similar.
Desde entonces, nuestra política fue la de nunca entrevistarse a solas con un asesino, violador o agresor de niños convicto, y hacerlo siempre en pareja.
¿Conocías ya esta Entrevista con Edmund Kempler?. Si quieres saber un poco mas de el y Robert Ressler, te invitamos a leer nuestro artículo:
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