En caso de estar en una reunión con amigos te será de mucha utilidad haber leído los 10 cuentos de terror para adolescentes. Estos son entretenidos y aterradores, además de perfectos para la audiencia juvenil. ¡Comencemos!

10 cuentos de terror para adolescentes 

1.La sombra

OvL2UH6NwVia2sgMGmaKulkaXo IdF48ZZV cWl6

Un hombre, joven pero muy sabio, decidió pasar un tiempo en un país cálido, ya que él vivía en una región muy fría y estaba deseando vivir días más largos y soleados. Una vez que llegó al país cálido, en donde las personas son de color caoba o incluso negras, comprendió que durante el día apenas se podía hacer vida, ya que el calor era sofocante. En cuanto el sol se ponía y salían las estrellas, las calles se llenaban de bullicio.

Así que, el sabio, pasaba mucho tiempo durante el día en su habitación, observando el balcón que tenía enfrente y jugando con su propia sombra, que evidentemente, se movía al tiempo que él lo hacía. Cuando él se estiraba, la sombra se alargaba hasta casi tocar el techo; y cuando él se sentaba, la sombra, cuya luz de las bombillas tenía detrás, se dirigía hacia delante hasta casi rozar el balcón de hermosas flores que cada día observaba el extranjero. El hombre, aburrido de pasar tanto tiempo allí solo, comenzó a hablar con su propia sombra.

– Ay, si al menos tú pudieras mirar qué hay dentro de esa casa…

Al joven sabio le llamaba mucho la atención ese balcón cuya puerta siempre estaba semi abierta. Las flores eran delicadas y hermosas y bien cuidadas, pero nunca había conseguido ver a nadie. ¿Quién viviría allí? Por más que había preguntado, nadie parecía tener la respuesta. De hecho, a esa vivienda no se podía acceder de ninguna forma, ya que debajo solo había tiendas y no había ningún portal. Desde luego, era un misterio…

Una noche, el sabio se había quedado medio dormido, cuando de pronto, al abrir los ojos, observó una intensa luz que venía del balcón de enfrente. Al incorporarse y mirar mejor, le pareció ver a una hermosa mujer resplandeciente. Una inmensa luz lo cubría todo: las flores, el balcón y la bella y misteriosa dama. Pero al intentar acercarse más, la escena desapareció, y el hombre, desesperado, se dirigió a su sombra, quien rozaba el balcón al tener las luces detrás el sabio, y le dijo:

– Eh, sombra, ¿por qué no te cuelas en la casa de enfrente y luego me cuentas qué hay dentro?

Y le hizo una señal para que se atreviera a ir. Entonces, el hombre se dio la vuelta para irse a dormir, y no se dio cuenta de que detrás suyo, la sombra se acababa de desligar para irse a la casa misteriosa.

A la mañana siguiente, el sabio se dio cuenta de que ya no tenía sombra. Bajó a la calle y miró atónito a todas partes. ¡No estaba por ningún lado! Entonces cayó en una honda depresión:

– ¿Cómo voy a regresar a mi país sin sombra? ¡Se burlarán de mí!

Los días pasaron, y su sombra no daba señales por ningún lado, pero al octavo día, comenzó a nacer una sombra nueva. Al principio era muy pequeña. Sin embargo, al cabo de tres semanas, ya era una sombra bastante decente.

– Menos mal- dijo entonces el sabio- Debe ser que la raíz aún la tenía dentro.

El sabio regresó entonces a su país frío y comenzó a escribir historias llenas de sentimientos, que sin embargo, no tenían mucho éxito.

Pasaron los años y un día, de repente, alguien llamó a su puerta. Al abrir, se encontró cara a cara con un hombre delgado, muy elegantemente vestido y con pose de sabio.

– Buenos días- dijo el hombre- Han pasado muchos años, pero tal vez haciendo memoria, consiga recordarme. Soy su sombra.

El sabio no podía creerlo: ¡era la sombra que perdió en el país cálido! Pero… ¡si era humana!

– Sí, sé lo que estará pensando- continuó hablando ella- Soy humano, tan humano como usted. Una vez que me indicó el camino y me dio la señal para decirme que ya estaba preparado para vivir mi propia vida, todo cambió por completo.

– Pero… – dijo dubitativo el sabio- ¿Conseguiste entrar en aquella casa? ¿Qué pasó? ¿Qué viste?

– Sí que lo hice, por supuesto, y lo vi todo. Absolutamente todo. Pero, ya veo que tiene una sombra nueva. Oh, no me ofende, por el contrario, me enorgullece pensar que yo ya no soy una sombra. Sentémonos y le contaré todo.

– Sí, cuénteme, ¿quién vivía en esa casa?

– En aquella casa, viejo amigo, vivía… ¡La poesía!

– ¡La poesía!- repitió el sabio totalmente deslumbrado.

– Sí, la poesía misma, con toda su sabiduría, su turbulencia emocional, sus secretos… Lo aprendí todo de ella: lo que los humanos saben y lo que ignoran, lo que pueden ver con sus ojos y lo que jamás podrán contemplar. Gracias a ella me hice humano, y luego solo tuve que conseguir un traje para darme una apariencia más respetable.

– Vaya, pues me alegro mucho de que te haya ido también. A mí, sin embargo, no me va como a ti… por más que escribo interesantes historias, no las lee nadie…

La sombra hizo como que lo sentía, y siguió hablando:

– Verás, por ser tú mi antiguo amo, tengo contigo una honda gratitud. Al fin y al cabo, viví muchos años pegado a ti y aprendí mucho. Pero tengo un problema: no tengo sombra. Necesito una y he pensado que tal vez podrías acompañarme.

– ¿Cómo dices?- respondió sorprendido el sabio.

– Sí, puesto que estamos hechos el uno para el otro y ahora soy yo el más sabio, creo que podríamos formar un buen equipo…

– ¡Me estás insultando! ¡Yo no puedo ser tu sombra! ¡Tú eres la sombra!- dijo entonces enojado el sabio.

– Bien, igual no me expliqué bien, pero te daré un tiempo para que lo pienses. Y diciendo esto, la sombra se despidió del sabio.

Al cabo de unos meses, regresó. El sabio estaba realmente hundido y adeudado.

– Veo que las cosas no mejoraron para ti- le dijo la sombra al sabio-. A mí sin embargo me van mucho mejor. Te veo desmejorado. Y mira, estaba pensando en ir a un balneario… sería un buen sitio para que te repusieras un poco. ¿Qué tal si vienes conmigo? Vendrías con todos los gastos pagados, por supuesto, ya que estarías pegado a mí como una sombra. Solo tienes que ir a donde yo vaya y colocarte detrás de mí. Y otra cosa: creo que no estaría bien que me tutearas. Al fin y al cabo, yo sería el señor. Te ruego que a partir de ahora me llames de usted.

El sabio estaba tan débil, que decidió aceptar la oferta. Una vez en el balneario, el sabio comenzó a actuar como la sombra de su antigua sombra. De forma discreta, le acompañaba a todas partes. Siempre detrás, tal y como le dijo la antigua sombra. En el balneario también pasaba unos días una princesa que se fijó en la sombra. Un día se acercó a ella y le dijo:

– Yo creo que sé por qué has venido al balneario… ¡No tienes sombra!

– ¿Cómo que no?- dijo entonces la sombra- Sí la tengo, pero como soy especial, mi sombra también lo es. Es casi tan sabia como yo, y está allá sentada, esperando a que salga del agua- y la sombra señaló al sabio, que permanecía sentado cerca de él.

– ¿Tan sabio, dices? No sé- dijo la princesa- Pues te pondré a prueba.

Y la joven empezó a hacerle difíciles preguntas. Una de ellas no era capaz de responderla, pero sabía que su anterior amo seguramente la sabría, así que le dijo a la princesa:

– Fíjate si es sabia también mi sombra que contestará esta pregunta por mí.

Y diciendo esto, llamó al sabio y efectivamente, éste logró acertar la respuesta. La princesa quedó maravillada por la sombra. Se enamoró hasta el punto de proponerle matrimonio. La sombra no quiso decir nada a su antiguo amo hasta que viajaron y llegaron al palacio. Entonces le dijo:

– Verás, mañana me casaré con la princesa. A partir de ahora serás mi sombra también en el palacio. Podrás vivir aquí con todos nosotros.

– ¿Cómo dices?- gritó exaltado el sabio-¿Ser tu sombra para siempre? ¡Claro que no! ¿Estás loco?

– No grites- le dijo la sombra- o tendré que llamar a los guardias. ¿A quién piensas que creerán?

– ¡No pienso ceder! ¡Yo no soy tu sombra!

Entonces, la sombra llamó a la guardia y les dijo:

– ¡Lleven ahora mismo al calabozo a este hombre!

Los hombres obedecieron órdenes y la princesa, al ver a su prometido sin sombra, le preguntó:

– ¿Qué pasó? ¿Dónde está tu sombra?

– Ay… se volvió loca… ¡Fíjate que llegó a decir que en realidad era yo su sombra!

– Pobre…- respondió compasiva la princesa- ¡Le mandarías apresar!

– Por supuesto- respondió la sombra.

La boda se celebró al día siguiente. La princesa se casó con la sombra del sabio. El sabio ya nunca más pudo decir nada. Su sombra le había mandado ejecutar.

2.El color que cayó del cielo

V6AQqAcL7SSKOHIOjWUGrVF4fouT37Sbmn47QQLaa5fLTgKi2GEEoVvipJlPZMUoN7dAdZVcymzD1y

Al oeste de Arkham se levanta una enorme colina con bosques selváticos. Cerca de una de ella se alzaba hace tiempo una pequeña población con unas cuantas casas y algún granero. Sin embargo, hace un tiempo que todos se fueron poco a poco, huyendo de un hecho inexplicable que se convirtió en leyenda, y al que todos llamaban ‘los extraños días’.

Me mandaron allí con la misión de acotar y comprobar la zona en donde se construiría la nueva alberca. Una laguna cubriría aquellas tierras ahora abandonadas. Según me acercaba más a la zona, era más consciente de la realidad que había obligado a todos los habitantes a huir. Existía un antiguo camino que partía de una casa casi derruida, que aún resistía en pie junto a un antiguo pozo y atravesaba las colinas, y un camino más reciente, que giraba hacía el sur y las rodeaba.

Fue creado más tarde, cuando ‘aquellos extraños días’ marchitaron y pudrieron ese marchito erial que parecía ser el triste resultado de un incendio: la tierra era de un triste color gris ceniza y no crecía absolutamente nada de vida a su alrededor. Desprendía un ligero olor a podredumbre, y los troncos de los árboles yacían muertos.

La extraña historia del loco Ammi sobre El color que cayó del cielo. Decidí preguntar a los habitantes de Arkham sobre aquel oscuro y desolador camino gris, pero se mostraron bastante reacios a contarme nada.

– ¿No te habrá contado tonterías el viejo Ammi? ¡Está loco! – dijo uno de ellos.

– Lo único que debe saber es que fue hace poco… desapareció una familia entera- dijo otro.

– Tal vez les asesinaron- propuso otro de los habitantes de Arkham.

Tenía claro quién podría ayudarme: Ammi Pierce, aquel anciano del que todos hablaban. Y por supuesto, fui a verle. Vivía en una casa a las afueras del pueblo, en una ruinosa casa rodeada de espesa vegetación. El hombre, mucho más culto que sus rudos vecinos, no parecía lamentar que todo aquello fuera a desaparecer bajo las aguas. El anciano comenzó a contarme, de forma cronológica y totalmente razonable, todo lo que sucedió en aquel lugar en aquellos ‘extraños días’.

Todo comenzó, dijo Ammi, por la extraña aparición de aquel meteorito. Fue una noche en la que se levantó una nube muy espesa seguida de varias explosiones. Al deshacerse la inmensa columna de humo, quedó al descubierto una piedra de considerable tamaño, que había caído junto al pozo de la casa de Nahum Gardner, justo en el lugar que ahora ocupaba el siniestro erial gris.

Nahum se acercó al pueblo a contar lo que había pasado, y al día siguiente aparecieron en su casa tres científicos de la Universidad de Miskatonic, dispuestos a llevarse una muestra de aquel meteorito. Por increíble que parezca, el pedrusco pardo que aún mantenía el calor, era más pequeño que la noche anterior.

– ¡Ha encogido!- dijo asombrado Nahum.

– No es posible- respondió uno de los profesores- Las piedras no encogen.

Los hombres arrancaron sin esfuerzo un trozo de aquella piedra. Era más blanda de lo que pensaban. La introdujeron en un tubo de vidrio y se fueron de allí.

El color que cayó del cielo: Los análisis que los científicos hicieron del meteorito

Los profesores intentaron descubrir de qué material estaba hecho el meteorito, pero sus pruebas no arrojaron ningún resultado. Ese extraño pedazo de roca no parecía alterarse por nada, no por los disolventes empleados, ni ante los ácidos, ni siquiera ante el calor. Sin embargo, los científicos descubrieron que no perdía su calor en ningún momento, que emitía un ligero color verde resplandeciente en la oscuridad, y que, efectivamente, se hacía cada vez más pequeño, hasta llegar a desaparecer junto con el tubo que le albergaba.

Esto fue tan desconcertante, que los científicos regresaron a por otra muestra del meteorito. Para su sorpresa, ya era mucho más pequeño, y consiguieron hacerse con un trozo de su núcleo. Gracias a él descubrieron que en su interior poseía un glóbulo y unas bandas de color grisáceo, y que el material era muy magnético. Pero de nuevo desapareció.

Al acercarse hasta la casa de Nahum por tercera vez, descubrieron que el meteorito había desaparecido, por culpa de una tormenta. El pedazo de roca magnético había atraído numerosos rayos, que destruyeron lo poco que quedaba de piedra.

El comienzo de los extraños días junto a la casa de Nahum en ‘El color que cayó del cielo’

Por aquel entonces, Nahum y su familia salieron mucho en los periódicos. Él, su esposa y sus tres hijos, se convirtieron en foco de atención de muchos periodistas, aunque pronto pasó la noticia y se olvidaron de la historia. Sin embargo, la verdad es que todo acababa de empezar. Fue el comienzo de una serie de acontecimientos extraños que sumieron poco a poco a aquel lugar en un siniestro foco de sucesos paranormales.

Ese año, las frutas y verduras de las que vivía la familia Gardner, tardaron más en madurar, pero cuando lo hicieron, eran extrañamente más grandes y abundantes. Estaban contentos, pues pensaban que era una buena cosecha. Sin embargo, todos los frutos resultaron incomibles. Eran amargos o ácidos… Todo lo que nacía en el lugar cercano a donde cayó el meteorito, tuvo que tirarse. Solo pudo salvar los frutos que Nahum tenía más allá, en el bosque.

Nahum echó la culpa al meteorito:

– ¡Esa maldita piedra ha envenenado la tierra!- dijo totalmente desolado.

Ese invierno, además, el hombre descubrió asustado extrañas huellas en la nieve. Eran de animales conocidos, sí, pero no tenían ninguna relación con el caminar normal de cada especie. Se lo contó a su amigo Ammi, con quien guardaba una estrecha relación, y al principio él pensó que eran locuras pasajeras, pero un día, de camino a la casa de su amigo, pasó por delante una liebre, que daba unos saltos tan increíbles que hasta el caballo se asustó. Y poco después, unos niños descubrieron una marmota de dimensiones gigantes y un extraño rostro.

Los habitantes de Akham, por su parte, pensaron que la familia Gardner estaba enloqueciendo, aunque sí comprobaron que ocurrían cosas extrañas alrededor de la casa de Nahum. La podredumbre invade la casa de los Gardner en ‘El color que cayó del cielo’

La primavera llegó antes a la casa de los Gadner. La nieve se derritió antes, los insectos comenzaron a invadir la zona, con sus tremendos zumbidos y sus cuerpos extrañamente grandes. Un periodista viajó desde Boston un día a aquel lugar, y descubrió algo que Nahum no había visto: un destello de luz verde fosforescente se deslizaba por su vivienda por la noche. De nuevo su extraño caso fue noticia, y los habitantes de Arkham empezaron a tener miedo.

Los frutos volvieron a crecer gigantes, pero incomibles. Y poco después, la cosa fue a peor: la hierba empezó a crecer con un color grisáceo, y despedía un olor a podredumbre. Nahum tuvo que llevarse las vacas de allí, ya que la leche que daban por pastar en aquel lugar era mala. La hierba y las flores que crecían, lo hacían con un color extraño, similar al que los científicos encontraron en aquel pedazo de roca que analizaron. El mismo color que tenía el glóbulo del núcleo de aquel meteorito, un color indescriptible, ni verde, ni gris.

El color que cayó del cielo: la locura llega a la casa de los Gardner

Lo peor de todo fue que la mujer de Nahum empezó a enloquecer. Decía ver moverse los árboles sin que hubiera ni una brizna de viento, escuchar sonidos perturbadores de insectos por todas partes…

Nahum comprobó con horror que por la noche, su mujer resplandecía con un ligero tono verde… Y pocos días después, la mujer dejó de hablar y comenzó a andar a cuatro patas. El hombre decidió encerrarla en el ático, creyendo que había enloquecido. 

Poco después, los caballos se escaparon de allí. La vegetación se iba tornando cada vez más gris, las flores crecían deformes… Nahum decidió arrancar hierbas y flores de aquel lugar podrido. En aquel lugar solo quedó una ligera capa de ceniza. Los insectos murieron, incluidas las abejas. La mujer de Nahum tenía arranques de furia, y Ammi se dio cuenta en una de sus visitas a la familia, que el agua del pozo de la que bebían no era buena. Aconsejó a su amigo excavar otro pozo algo más lejos de allí. Pero él no hizo caso.

El hermano mayor no tardó en enloquecer también, asegurando que veía un color verde en el fondo del agua. Su padre le encerró en una habitación enfrente a la de su madre. Ambos se gruñían con sonidos indescifrables. Pocos días después, el ganado murió. También las aves de corral, después de ponerse de un color gris parduzco. Los cerdos, antes de morir, se deformaron hasta tal punto de quedar irreconocibles.

Los siguientes sucesos paranormales en la casa de Nahum (El color que cayó del cielo)

La tragedia comenzó de verdad con la muerte del hijo mayor, al que su padre descubrió una mañana al abrir la puerta de su habitación. Realmente no le reconocía, pero solo podía ser él. No había nadie más en ese cuarto. Cavó un hoyo cerca de la casa y le enterró.

La situación era dantesca. Fue a ver a su amigo Ammi, pero él solo pudo quedarse unas horas, las suficientes para comprobar el terrorífico lugar que ocupaba su amigo: un lugar siniestro, gris, que despedía un olor a podrido. El hijo pequeño no paraba de gritar. El hijo mediano tenía la mirada perdida. La mujer aún daba gritos, encerrada en una habitación del ático. En cuanto Ammi notó los primeros destellos fosforescentes de la hierba y el movimiento de los árboles, salió de allí.

Poco después su amigo se presentó en su casa, aterrado:

– ¡Mi hijo pequeño ha desaparecido!- gritaba asustado- ¡Fue a por agua al pozo y no regresó! 

Al día siguiente, pudieron descubrir junto al pozo dos masas fundidas de metal: una correspondía al asa del cubo que llevaba el niño, y la otra, al farolillo con el que se alumbraba. No había nada más. Dos semanas después, Ammi comenzó a preocuparse: su amigo no había vuelto y nadie le había visto. Así que ensilló su caballo y se fue hasta allí. Nahum se encontraba fuera de la casa, como sedado. Dijo haber mandado a su hijo a por leña.

– Vive en el pozo… vive en el pozo– repetía sin parar.

– ¿Y tu mujer? ¿Está bien?- preguntó Ammi.

– Sí, claro que sí- contestó como autómata Nahum.

Ammi sospechó lo peor, y, armándose de valor, decidió comprobarlo por sí mismo. Cogió las llaves de la habitación del ático y abrió la puerta. Un nauseabundo olor le hizo dar un paso hacia atrás. De pronto sintió el roce en la cara de un extraño vapor fosforescente que descendió las escaleras. Al volver a entrar en el cuarto, se encontró un bulto oscuro y deforme junto a un rincón. Totalmente inerte. Incapaz de hacer nada, cerró la puerta y bajó con la intención de llevarse a su amigo y a su hijo de allí. Pero de pronto escuchó el relincho de su caballo. Después, un ligero chapoteo en el agua del pozo.

Aún aterrorizado por lo que acaba de ver en el ático, y mientras descendía por las escaleras, escuchó el sonido de algo arrastrándose por la planta baja. Y antes de llegar a la cocina, se encontró frente a aquella criatura… Con el cuerpo fragmentado, y los labios agrietados, aquella forma que antes era la de su amigo Nahum ahora tenía otra forma y desprendía una ligera luz fosforescente.

– ¿Qué ha pasado, Nahum?- consiguió preguntar paralizado Ammi.

Y entonces, Nahum empezó a desgranar palabras sueltas:

– Nada, el color quema… es frío, pero quema… Vive en el pozo. Lo he visto brillar por la noche. El pozo… la luz… se llevó a mis tres hijos. Absorbe todas las cosas vivas. Se alimenta de ellas. Es del color, de ese color de la piedra… ¿Mi mujer está bien? … ¿La viste?… su rostro tiene el mismo color…

Ya no pudo decir más. Su cuerpo fue encogiéndose hasta quedar reducido a una masa deforme. Ammi recordó el chapoteo en el agua del pozo… imaginó ese extraño vapor que le hizo dar un paso atrás junto a la habitación del ático… Cubrió lo que quedaba de Nahum con una manta y decidió regresar a su casa a pie.

Al llegar a su casa, se encontró a su caballo allí. Se dirigió a Arkham para contar en la comisaría de policía que la familia Gardner había desaparecido. Esa misma noche, la policía quiso comprobar qué había sucedido en casa de los Gardner. Ammi les contó que la pareja había muerto, como el hijo mayor, y que los otros hijos habían desaparecido. Al llegar, junto con un par de forenses, encontraron la masa de cuerpos de la pareja. Una sustancia de color gris, como las hierbas que rodeaban la casa. Los forenses más tarde descubrieron con horror que la composición de aquellos restos eran similares a las del meteorito.

Ammi estaba nervioso. No hacía más que mirar hacia el enigmático pozo, y uno de los policías se dio cuenta. Mandó vaciar aquel pozo y el olor que desprendían las aguas era tan nauseabundo que tuvieron que usar máscaras para protegerse. Al vaciarlo, descubrieron en el fondo los restos de los cuerpos de los dos hijos desaparecidos, junto con los restos de un perro y una oveja. Todos estaban grises. ¿Por qué todo se volvía gris al contacto con aquella zona?

Pero eso no fue todo: tanto el oficial de policía como el propio Ammi pudieron ver cómo el pozo entero comenzaba a iluminarse con una extraña fosforescencia. Todos estaban en la casa, y desde la ventana lograron ver lo que pasaba fuera: los árboles comenzaron a agitarse con violencia, y entre las ramas, brillaban pequeñas y numerosas lenguas de fuego verde, fosforescentes, como fuegos fatuos.

Los caballos relinchaban de forma enloquecedora, y todo comenzó a brillar con ese mismo tono verde… Ningún hombre se atrevía a moverse, atenazado por el terror. De pronto el suelo empezó a brillar, y ante el primer tono verde fosforito, Ammi les indicó que debían abandonar aquella casa inmediatamente. Les indicó una puerta trasera y corrieron por un sendero hacia el norte, en dirección a Arkham, sin darse media vuelta, sin parar ni un instante, totalmente enmudecidos por el pánico.

Solo Ammi se dio un instante la vuelta, y contempló con horror cómo toda la granja de su amigo se iluminaba de verde en medio de la noche. De pronto una inmensa luz ascendió hacia las nubes… para regresar y hundirse de nuevo en la tierra.

Desde entonces, nadie volvió a aquel lugar. Ni siquiera Ammi. Por eso se alegraba de que las aguas lo inundaran finalmente, que ahogaran aquel lugar endemoniado. Aunque él tenía claro que jamás bebería de las aguas del nuevo lago. Nunca se sabe qué resquicios pueden quedar de un ser que viene de otro mundo y del que nada conocemos.

Adaptación por Estefanía Esteban 

3.El silbón 

iNAaHp7UAtK4gnj7FXe3kIeUfm qe3I49O0ML3Kha0jwT wUlXLCfewN3nAeze4d4 wp8gwxYF9NrR12Lbqb1OE7Qk5GDc qkAakzx7eNFOcJA dLAGr1Hg67R17XKPQabGjDJ1 SsTzYF3YA

Hace mucho tiempo vivió en la zona de los Llanos de Venezuela un joven, que estaba casado con una bella muchacha. Un día, el chico descubrió a su propio padre golpeando a su mujer. Enfurecido, amenazó a su padre con mucha violencia. Pero su padre, lejos de disculparse, dijo que su mujer se lo tenía merecido. Esto hizo que su hijo, invadido por la ira, comenzará a golpearle.

Una vez que consiguió empujar a su padre y aprisionarlo en el suelo, agarró un palo y lo apretó contra su cuello. El muchacho no lo soltó hasta que se dio cuenta de que su padre había dejado de respirar. En ese momento llegó el abuelo del chico (padre de su padre), y al ver lo que acababa de hacer, decidió darle un escarmiento: le ató a un árbol y le propinó numerosos latigazos en la espalda.

El abuelo frotó picante en sus heridas, y después, le soltó junto con un perro hambriento para que le persiguiera. Desde entonces, nadie volvió a verle con vida. Bastante tiempo después, comenzaron las extrañas apariciones de un espectro que siempre aparecía de noche, y que vagaba como alma en pena. Muchos escucharon sus silbidos. Otros dijeron que llevaba a la espalda un enorme saco.

4.El corazón delator

sqwbZnHXpT7DgUFRXSrNDmRbX CYmTV cCExHWYXW2KVpPyTS9ioDJmyby8fzFotMJpEBHicfmxppf70 HIlw 45FcH5xW lhGXuGXW8lR7F1GLM6dOIJFD4QfUhEHfdBdmRQijDa89lp0smjw

Es cierto, soy muy nervioso. Tanto, que a veces pueda parecer que me siento gobernado por los impulsos. Pero no estoy loco. Loco, no, porque soy capaz de razonar. También de escucharlo todo, de oír cosas que nadie consigue oír. Y eso es porque mis sentidos se han agudizado. Y para demostrarles que no estoy loco, les contaré ahora, más tranquilo, mi relato:

Llevaba tiempo observando al viejo. Le quería mucho, deben creerme, pero me molestaba, me irritaba, y no podía frenar ese sentimiento. Era una tortura, y todo, por culpa de ese ojo, un ojo velado con el que miraba y no veía, que me clavaba y me ponía nervioso. Un ojo como de buitre, azulado, frío. ¡Fue por culpa de ese miserable ojo! Deben creerme. Yo no quería nada del viejo. Ni su dinero. Ni él me insultó nunca. Fue por culpa de ese maldito ojo, que me trastocaba por completo. Había tomado la determinación de matarlo, porque no aguantaba más. Y decidí hacerlo con la mayor habilidad posible. ¿Es eso de locos? Los locos actúan sin pensar. Yo pensé, recapacité, ideé un magnífico plan que salió bien, si no llega a ser por… ¡malditos sentidos! ¡Por qué los tendré tan agudizados!

Cada noche me acercaba a su cuarto, en silencio, y entornaba un poco la puerta con ayuda de una linterna apagada. Lo suficiente como para que pudiera caber una cabeza.

Cuando podía ver al viejo tumbado, durmiendo tan tranquilo, con el ojo velado cerrado, apuntaba un rayo de luz con la linterna hacia su rostro, en dirección al objeto de mis tormentos, a ese ojo que abierto es capaz de helarme la sangre. Y esperaba un rato, con el rayo de luz sobre sus ojos, hasta que decidía dar media vuelta y volver a mi habitación. Si el viejo dormía, no podía hacer nada. No era él el que me molestaba, sino ese dichoso ojo de buitre. Necesitaba que lo abriera, que me mirara…

Así pasaron siete noches, siete largas noches. Cada día, a las doce en punto, repetía la misma operación. Luego regresaba a mi cuarto, y saludaba al viejo a la mañana siguiente con total cordialidad y cariño. Fue al octavo día. El día en que sucedió todo. Eran las doce y allí estaba yo, en la puerta, con la linterna apagada. Entonces, mi pulgar resbaló al intentar abrir el picaporte y al darle al pestillo, hizo ruido. El viejo se despertó y gritó:

– ¿Quién anda ahí?

Y yo permanecí callado. Durante una hora entera no me moví del sitio. Y el viejo tampoco. Ahí en la cama, incorporado… Por un instante sentí lástima de él. Pensé en el miedo que en ese momento estaría atenazando sus músculos. Pensaría:

– Habrá sido el ruido del viento. No, no es el viento… Tal vez un animal. ¿Y si no lo es?

Seguro que el viejo no paraba de dar vueltas al sonido que acababa de escuchar, inmóvil por el terror. Y yo, de pronto me di cuenta de que ese era el momento oportuno. Así que apunté suavemente mi linterna contra su rostro, y la encendí débilmente. Justo en su ojo de buitre. Ahí estaba. ¡Me estaba mirando! Abierto de par en par, con esa horrible tela que lo cubría entero. Me enfadé. La ira aumentaba a cada instante. Y empecé a escucharlo. Sí, lo he dicho ya: mis sentidos, agudizados, son capaces de oírlo todo. Y escuchaba, perfectamente, el ensordecedor ruido de su corazón acelerado. El corazón del viejo, que no se paraba, y me hacía enfadar más y más. ¡Lo iban a escuchar todos los vecinos! ¡Debía hacer algo!

Me lancé contra él, tiré el colchón, y lo usé para ahogarlo. Ya estaba hecho. Por fin el ojo de buitre me dejaría en paz. Por fin dejé de escuchar ese terrible sonido.

Pensé después en cómo librarme del cuerpo. ¿Creen que un loco pensaría en eso? Yo era capaz de razonar, de buscar una salida. Al final pensé que lo mejor era esconderlo en su propio cuarto, bajo las tablas de madera. Así que levanté unas cuantas y escondí allí el cadáver. Al día siguiente apareció la policía en la puerta del edificio. Al parecer, un vecino les había avisado porque escuchó un grito. Yo estaba tranquilo. ¿Qué tenía que temer? Todo había salido bien, como yo planeaba.

– ¿El anciano que vive aquí?- contesté ante la pregunta de la policía- No lo sé. Se marchó ayer y no he vuelto a verle.

La policía comenzó entonces a registrar su habitación, y yo decidí sentarme en una silla, que coloqué hábilmente justo encima de las tablas que escondían el cadáver. Entonces, ellos se sentaron frente a mí y empezaron a hablar, a reír, a entablar una conversación eterna.

Yo estaba alegre, y al principio seguí su conversación sin problema. Todo iba bien, hasta que de pronto… de pronto comenzó a oírse, cada vez más y más. Más fuerte, más nítido. ¡Agg!! ¡Esos malditos sentidos! ¿Por qué tendré que oírlo todo? Era imposible que ellos no lo oyeran. Sonaba muy fuerte. Retumbaba en los oídos, como una máquina de tortura:

– ¡Toc, toc, toc!

El corazón del viejo seguía funcionando, seguía latiendo, seguía sonando. Y mis oídos estaban a punto de estallar. Los policías seguían hablando… ¿Cómo era posible? Disimulaban, eso es, disimulaban para ponerme aún más nervioso. Y lo consiguieron, lograron enfadarme, hasta el punto de saltar, desesperado, de levantarme y gritar:

– ¡Sí! ¡Lo hice! ¡Maté al viejo! Ese corazón que escuchan es el de su cadáver, y está aquí justo, debajo de mi silla.

Adaptación por Estefanía Esteban

5.La cruz del diablo 

9Y8iYyX

Hace tiempo pasaba por tierras catalanas acompañado por un guía y otras personas. Al llegar a un cruce de caminos a orillas del Segre, en el término de Bellver, quedé absorto ante una gigantesca cruz de metal, algo oxidada ya, con un pedestal de piedra un tanto estropeado y al que se podía acceder por una pequeña escalinata.

Pero justo cuando me bajé del caballo y me descubrí la cabeza en señal de respeto, el guía me agarró por el brazo con brusquedad. Yo, enfadado, no sabía el origen de ese arrebato:

– ¡Insensato! ¡Vuelve a cubrirte la cabeza! ¿Qué haces? – dijo el guía, avivando aún más mi asombro y mi ira.

– ¡Solo iba a mostrar respeto a Dios! – me defendí yo.

– ¿A Dios, dices? En verdad te digo que si dedicas una sola oración a los pies de esta cruz, las montañas que ves crecerán hasta el cielo y taparán para siempre la luz del sol…

– ¿Qué quieres decir?- dije sin entender nada.

– Esta cruz no es santa. El mismísimo demonio mora en ella. Os lo explicaré al llegar al pueblo…

Llegamos al pueblo cuando el sol acababa de ponerse. Encendimos el fuego de la chimenea y ya frente a ella, el guía comenzó a narrar una increíble leyenda que aún pesa en torno a la cruz que vi en el camino, la cruz del diablo. Todos escuchamos con atención:

Hace mucho tiempo, sobre los riscos de la colina que empieza tras el Segre, se alzaba un castillo, del que aún quedan algunos vestigios, y que fue la morada de un vil señor que mantuvo aterrados a los habitantes de este lugar durante mucho tiempo.

El hombre, que había heredado el castillo de su padre, habitaba sus frías paredes en soledad, y se aburría tanto, que comenzó a comportarse de una forma cruel con todos: desde sus propios siervos hasta la gente de Bellver, a la que no dudaba en robar, matar o torturar. Secuestraba a las mujeres, mataba a los campesinos… Y los pobres no sabían qué hacer para defenderse. De hecho, acudieron numerosas veces ante el rey para explicar su situación, pero él nunca quiso hacer nada para ayudarles.

Afortunadamente, el déspota y tirano caballero se aburría tanto que decidió partir a la guerra en las Cruzadas. Durante tres años, los habitantes de aquel lugar pudieron respirar tranquilos. Pero la paz se acabó con el regreso de un caballero que se había vuelto aún más malvado. La cruz del diablo: Cómo consiguieron acabar con el noble déspota

Podéis imaginar el terror de aquellas pobres gentes, a las que volvieron a ahogar con injustos tributos, a los que perseguían y mataban si no pagaban impuestos descomunales. Los más pobres acudieron de nuevo ante el rey, y obtuvieron un silencio aterrador como respuesta. No les quedaba otra que luchar.

El pueblo de Bellver se levantó entonces en armas contra su señor, en una cruenta batalla en la que murieron muchos. Pero un día, o mejor dicho, una noche, en la que los villanos que acompañaban y servían al malvado noble, celebraban una victoria de una batalla, aprovecharon los campesinos un descuido.

Los caballeros estaban borrachos y no se dieron cuenta de que el enemigo trepaba por las almenas. Los campesinos consiguieron dar muerte a todos ellos, incluido el capitán, el vil señor que les dirigía. Colgaron en la entrada del castillo su armadura, y se alejaron orgullosos del siniestro lugar. Nadie se atrevía a entrar de nuevo en aquel lugar, ni a mirar de frente esa armadura. De hecho, empezaron a circular historias sobre el posible castigo divino por contemplar aquellas armas, empapadas de maldad y muerte. Así que todos prefirieron dejarlas allí, junto a los huesos de los moradores del castillo.

Durante un tiempo todos volvieron a respirar tranquilos. Pero la paz no duró para siempre…

Un día, un grupo de bandidos se hicieron con el castillo. Desde entonces, volvieron los robos, los asesinatos, los secuestros. Pero lo peor de todo es que un misterio tenebroso y diabólico se escondía tras todos esos actos. Al mando del grupo que operaba, iba siempre un hombre vestido con la armadura del noble asesinado. Y, mientras que los asesinatos se multiplicaban, los campesinos volvieron a la lucha para intentar atrapar a los bandidos. Al final consiguieron capturar a uno de ellos, y escucharon aterrados la historia que tenía que contarles:

– En realidad somos un grupo de nobles, atraídos por las malas artes. Yo fui desheredado por mi propio padre. Decidimos juntarnos y así es como llegamos hasta el castillo del Segre. Pero una vez allí, ocurrió algo… Discutíamos una noche por decidir quién sería el jefe, cuando de pronto apareció entre la oscuridad del lugar un hombre ataviado con una armadura. La visera le tapaba el rostro, y lo único que dijo, con una voz cavernosa que hiela la sangre es: ‘ Si alguno de vosotros se atreve a ser el primero mientras yo habite en este castillo del Segre, que tome esta espada, signo del poder’.

Ninguno de los que estábamos allí nos atrevimos a hacer nada. Desde entonces, este extraño caballero nos guía. Nunca se quita la armadura, ni levanta la visera. Las flechas se hunden en su cuerpo sin hacerle nada, y es capaz de atravesar un muro de fuego sin quemarse… En verdad pensamos que puede ser el demonio’.

¡El demonio! ¡El demonio en el cuerpo de su antiguo señor! Todo cobraba sentido. Pero… ¿cómo deshacerse entonces de él? Algunos de los habitantes de Bellver decidieron pedir consejo a un sabio ermitaño que vivía en una pequeña ermita consagrada a San Bartolomé, a las afueras del pueblo. El hombre, después de escuchar atentamente, les ofreció a todos ellos la solución:

– Al demonio no podréis vencerle nunca con vuestras armas. Debe ser con una oración..

Y diciendo eso, les ofreció una oración de San Bartolomé con la que dijo que podrían doblegar al demonio mismo. Los hombres hicieron caso, y agrupados, se dirigieron al castillo por la noche. Al llegar, recitaron en alto la oración, y efectivamente, consiguieron inmovilizar al hombre de la armadura, al que llevaron maniatado hasta el pueblo.

El juicio y la fuga del endemoniado caballero en ‘La cruz del diablo’

Durante el juicio, pidieron al hombre que dijera su nombre, pero solo consiguieron un profundo silencio como respuesta. Y tampoco quiso descubrirse. Desesperado, uno de los hombres se abalanzó sobre él y retiró la visera. Todos ahogaron un grito de espanto. ¡No había nada dentro! En ese instante la armadura se cayó al suelo, y lo que hubiera dentro había desaparecido. Decidieron encerrar la armadura en un calabozo, y acudieron al rey para contar lo sucedido:

– Muy bien, si decís que la armadura pertenece al diablo, colgarla de una horca. Así, cuando intente recuperarla, se ahogará.

Pero al regresar, la persona que cuidaba de la armadura les relató con espanto cómo de pronto alguien se había metido dentro, y de un golpe le apartó de su camino…

Consiguieron atrapar de nuevo al hombre de la armadura usando la oración de San Bartolomé, y la colocaron esta vez en una horca, tal y como propuso el rey. Pero al día siguiente, la armadura había desaparecido.

Decidieron entonces volver a atraparlo y quedarse cada uno con una parte de la armadura. Pero, inexplicablemente, el misterioso caballero recuperaba una y otra vez su armadura.

Así que no les quedó otra que pedir de nuevo consejo al viejo ermitaño:

– Bien, la única solución que se me ocurre es fundir todas las piezas y levantar con ellas una cruz de hierro…

Y así fue cómo decidieron crear la cruz de hierro. Atraparon de nuevo al hombre y echaron las partes de la armadura al fuego. Quienes estaban allí, recuerdan con horror los gritos y lamentos que despedía el fuego, y cómo el humo formaba extrañas formas que se retorcían en el aire..

Peor aún lo que narran los herreros que debían golpear el hierro fundido para crear la cruz. Aseguran que tuvieron que esforzarse mucho porque el hierro se retorcía y gritaba cada vez que le golpeaban. Al fin consiguieron formar la cruz, y la colocaron en el lugar donde la encontrasteis. Desde entonces, nadie se atreve a parar allí, ya que cuentan que fue durante tiempo el lugar favorito de salteadores y asesinos. Y que en las noches de tormenta, todos los rayos abrazan la cruz y destrozan parte de su pedestal. Sin duda, es la cruz del diablo, la única morada que consiguió vencerle para siempre.

Adaptación por Béquer

6.El gato negro

ysdiY2LFoidXqZQyNlq9ckFqURpAEVzRixy7Y4QidTvncUvpl3zyNTxQEJ4bMWJJHkgP8p8TZu b7QDf4o5lyQSEGa95qd

La historia que a continuación les voy a contar ocurrió de verdad. Los hechos que narro, también. Pero la interpretación de cada cual puede ser diferente. Tal vez un lector más racional sepa dar respuesta a las múltiples casualidades que sucedieron, una detrás de otra. Pero otro lector más sensible a los sucesos paranormales, como yo, sentirá que su alma se sobrecoge y su corazón se desboca. Debo aclarar antes de todo que yo era un gran amante de los animales. De niño, sentía tanta atracción y pasión por ellos, que mis padres me dejaron tener en casa animales de todo tipo. Pero ya desde entonces sentí una ligera inclinación hacia los gatos.

Me casé muy joven, con una muchacha que sentía mi misma pasión por los animales, así que ella también estuvo de acuerdo en tener en casa pájaros, un pez dorado, conejos, un perro, un pequeño mono y un gato, al que puse de nombre Plutón. De entre todos estos animales mi favorito era Plutón, un gato negro con una mirada inteligente y atrevida. Mi mujer, más supersticiosa que yo, me dijo que los gatos negros eran en realidad brujas. Yo, evidentemente, no creía en nada de eso.

El tiempo fue pasando y yo comencé a caer en el vicio de la bebida. Y esto fue transformando por completo mi carácter, cada vez más taciturno, grosero y hasta violento. De hecho, aquellos por los que sentía antaño un gran amor, mis animales, comenzaron a incomodarme, poco a poco, a molestarme… hasta que empecé a maltratarlos. A todos, menos a Plutón, por el que en principio seguía teniendo cierto respeto.

Sin embargo el animal, inteligente como era, empezó a apartarse de mí al ver cómo trataba al resto de animales. Y eso me enfurecía más. Y empecé a sentir rechazo por mi animal favorito. Luego desprecio. Hasta sentir odio. Y no sé cómo ocurrió, pero un día que llegué más borracho de lo habitual, al intentar tocar a Plutón, éste me mordió la mano. Y yo, dominado por la rabia, saqué una navaja del bolsillo y le quité un ojo. Sí, como lo cuento. Yo, que amaba tanto a los animales, acababa de cometer una crueldad intolerable.

Durante los días siguientes, Plutón me evitaba constantemente. Su herida fue cicatrizando, aunque su aspecto era terrible. Y yo, lejos de retorcerme en el remordimiento, seguía sintiendo una creciente animadversión por el felino. Mi mujer, en cambio, continuaba amando a todos los animales igual que la primera vez. Y esto me enfurecía aún más. No sé explicar por qué.

El triste final de Plutón, el gato negro, y de cómo se hizo con un gato nuevo

Al pasar unos primeros días de remordimiento por lo que había hecho, empecé a odiar de nuevo a Plutón, hasta tal punto, que deseaba su muerte. Una mañana, sin saber por qué, agarré una cuerda y le ahorqué en un árbol de un jardín cercano a la casa.

La noche siguiente, un incendio devoró la casa. Mi mujer y yo salimos corriendo y pudimos salvarnos, pero al terminar su trabajo los bomberos, observamos con horror que solo había quedado en pie un muro: la pared sobre la que se apoyaba mi cama.

La gente comenzó a murmurar sorprendida, y al acercarme, vi la razón de su extrañeza: en la pared había aparecido una silueta perfectamente dibujada de Plutón, con un trozo de cuerda aún anudado al cuello. Di un grito de espanto, y luego intenté alejar mis emociones pensando en cómo pudo llegar hasta allí esa imagen. Tal vez el gato no murió. Igual alguien lo vio y cortó la cuerda y el felino se refugió bajo la cama y junto a la pared. Después, el fuego hizo el resto. El calor y los vapores de amoniaco pudieron ejecutar la macabra obra.

Tiempo después, alejado ya el sentimiento de remordimiento, entré un día a una bodega en donde dormía, sobre un gran tonel, un gato muy parecido a Plutón, salvo porque tenía una mancha blanca en el pecho. Instintivamente le acaricié y él parecía estar conforme. Cuando me retiré, el gato me siguió, y le dejé. Al llegar a casa me di cuenta de que también le faltaba un ojo, como a Plutón, y decidí quedarme con él.

A mi mujer le encantó ese gato porque era sobradamente cariñoso. Ese cariño excesivo a mí empezó a molestarme. No soportaba que se acurrucara sobre mis rodillas ni que me buscara para que le acariciara. Así que empecé a sentir desprecio y odio hacia él. Quería evitarle, y de momento me negaba a maltratarle por el recuerdo reciente del crimen atroz contra Plutón. Pero el odio fue creciendo y se depositó como una montaña en mi corazón. Un día observé que la mancha blanca de su pecho había cambiado. Di un grito de pánico al comprobar que tenía una peculiar forma, muy bien trazada… ¡de una horca!

Decididamente, estaba dispuesto a acabar con ese animal endemoniado y un día agarré un hacha y bajé con él al sótano. Pero mi mujer, alarmada por los maullidos espantosos del animal, me siguió, y justo cuando iba a asestar el fatal golpe al animal, intentó frenar mi brazo. Sentí tanta rabia que cambié la trayectoria del golpe y clavé el hacha contra ella, que murió en el acto. El felino salió corriendo. 

Es cierto que no quería matar a mi mujer, pero el mal estaba hecho, así que tenía que pensar con rapidez cómo deshacerme del cuerpo. Pensé en varias opciones, pero sin duda, la mejor era la de emparedarla. Busqué una zona de la pared idónea, y escogí la que daba al otro lado hacia la chimenea. Abrí un buen agujero y después tapé con cal el cuerpo de la fallecida. Una vez terminado, recogí los escombros. Todo había quedado perfecto. Nadie sospecharía nunca nada.

Por su parte, el dichoso felino no apareció. Pensé que, asustado por lo que iba a pasar, se había escapado de casa para no volver. Pero al cabo de cuatro días, una pareja de policías se presentaron en mi casa. Buscaban a mi mujer, y yo ya les expliqué que no sabía nada. Que simplemente desapareció.

Ese día estaba muy tranquilo. Tal vez demasiado tranquilo. Bajé con ellos al sótano y ellos estuvieron observando, pero no encontraron ningún indicio de nada que les hiciera sospechar. Hasta que cometí un gran error, movido por ese exceso de tranquilidad.

No sé por qué, pero justo cuando ellos se dieron media vuelta para irse de allí, hice un terrible comentario:

– ¿Se han fijado en lo bien construida que está esta casa? Sus muros son bien robustos- y entonces di con mi bastón un golpe a la pared, con tan mala suerte de que golpeé justo el lugar en donde escondí el cuerpo de mi mujer. Y de pronto sonó un terrible aullido, escalofriante, inquietante… Y los policías comenzaron a derribar alertados el muro. Hasta que lo descubrieron todo…

La pared cayó al fin y apareció el cuerpo ensangrentado y estropeado de mi mujer. Pero lo realmente espantoso no era eso, sino que allí, sobre su cabeza, estaba el horrible gato negro, con sus fauces rojas y su único ojo escupiendo fuego. Entonces me di cuenta de que en realidad había sido él quien tramó su propia venganza para conseguir que me apresaran.

Adaptación por Estefanía Esteban

7.Los tres hermanos

paFi4n6SBOoPwVBit26kaBYr2ECs HFBf5x4OjdBdY53

Cuentan que hace mucho tiempo, tres hermanos caminaban juntos por un sinuoso camino. El sol estaba a punto de ponerse y el camino de repente se vio interrumpido por un profundo y caudaloso río. Los hermanos, que eran magos, decidieron, guiados por el sentido de la prudencia, levantar un puente, y unir así las dos orillas. Sacaron sus varitas mágicas y tras agitarlas en el aire, apareció ante ellos un fantástico puente.

Cuando ya se encontraban a mitad de camino, en medio del puente, salió a su encuentro una figura oscura, tenebrosa y cubierta por una capucha: era la muerte, quien se sentía algo confusa, ya que ningún humano había conseguido cruzar hasta esa orilla. De hecho, todos terminaban ahogados en el río.

Pero la muerte, que era muy astuta, en lugar de mostrar enfado, aparentó sentir admiración por la inteligencia y habilidad de los tres hermanos, y les ofreció un regalo, el que ellos quisieran. Así, el hermano mayor, muy vanidoso y ambicioso, pidió la varita mágica más poderosa que tuviera. Y la muerte, le ofreció al instante una varita elaborada con la madera de un sauco cercano; el segundo hermano, quien sentía celos y quería ser aún más poderoso que su hermano, le pidió a la muerte la capacidad de devolver la vida a los muertos. Y la muerte le entregó una piedra muy poderosa.

El hermano pequeño, que era el más humilde y mucho más sensato, pidió a la muerte algo que le permitiera salir de allí sin que nadie pudiera verle y seguirle. La muerte, de muy mala gana, le entregó su capa de invisibilidad.

Los tres hermanos siguieron entonces su camino. El hermano mayor llegó hasta una aldea en donde usó su varita de sauco para matar a un mago con el que tenía una cuenta pendiente. Al comprobar el inmenso poder de la varita, la usó más adelante en otra aldea para provocar el terror entre la gente. Pero esa misma noche, otro mago que lo vio todo, aprovechó que dormía, le robó la varita y le mató. Y así fue cómo la muerte se llevó al primer hermano.

El hermano mediano por su parte, regresó a su hogar: allí es donde había perdido a la que hubiera sido su esposa de no haber muerto tan pronto. Con ayuda de la piedra que le entregó la muerte, le devolvió la vida, pero ella ya no era la misma. Se paseaba errante por la casa, sin hablar, sin mostrar ninguna ilusión por nada. Y el hermano mediano, desesperado, se suicidó. Y así fue cómo la muerte se llevó al segundo hermano.

El hermano pequeño no se quitó la capa de invisibilidad, y la muerte, aunque le buscó por todas partes durante años, no pudo encontrarle. Solo cuando ya fue anciano, y decidió que había vivido suficiente, se quitó al fin la capa para entregarse él mismo a la muerte, quien le recibió como una amiga.

8.La lotería 

70LKr7fhGs10MRf1L VF8BMYAMsoBfpoqdq1P 5L B15kUQsNW12IOO6Wu83ywKdsTnX25IewZs2ENyusx01tRg Tj8fazfp7zd7kQVjTjTc37aO1VMWwcK thL52bYkNlOFv3MQhobcBkJvw

Amaneció un día caluroso en el pequeño pueblo. Era 27 de junio y los niños fueron los primeros en llegar a la plaza. Acababan de comenzar las vacaciones y tenían mucho tiempo para la diversión. Los más mayores comenzaron a reunir piedras pequeñas y lisas y a depositarlas en pequeños montones. Allí estaban Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix. Los más pequeños llegaron de manos de sus padres, quienes comenzaron a hablar del tiempo, de agricultura, y de impuestos. Después empezaron a contarse chistes, pero evitando soltar carcajadas demasiado estridentes.

Por último llegaron las mujeres, y tras contarse algún que otro chisme entre ellas, se dirigieron después hacia donde estaban sus maridos. Llamaron a sus hijos. Bobby intentó volver hacia donde estaba su montón de piedras, pero su padre gritó su nombre enfadado.

Entonces llegó el señor Summers, con su caja negra. Era el encargado de organizar todos los eventos, de hecho, siempre depositaba mucha energía en ellos: los bailes en la plaza, las actividades en el club juvenil… y por supuesto, la lotería. Su rostro era amigable: tenía unas facciones redondas y un espíritu que transmitía confianza. Se dedicaba al negocio del carbón. Nunca había tenido hijos, y su mujer era muy gruñona. Por eso los demás se compadecían de él y le tenían mucho cariño.

Junto a él venía el administrador de correos, el señor Graves, cargado con un taburete de tres patas. Lo colocó en el centro de la plaza y depositó sobre él la caja negra que traía el señor Summers.

La caja negra que utilizaban para la lotería no era la original. Se perdieron todos los objetos que usaron en los comienzos, y crearon esta otra caja, que ya llevaba muchísimos años utilizándose y que todos se negaban en cambiarla, a pesar de estar ya muy vieja y hasta descolorida. Ya formaba parte de la tradición.

Las fichas de madera se habían sustituido por pequeños pedazos de papel. El señor Summers pidió ayuda y el señor Martin se presentó voluntario, junto a su hijo mayor. Entre ambos, sujetaron con fuerza la caja negra mientras el señor Summers removía a conciencia los papeles. La cosa no era tan sencilla, antes de todo esto, el señor Summers había elaborado las listas con todos los habitantes y había hecho un juramento de lealtad e imparcialidad frente al administrador de correos. El señor Summers estaba terminando de remover las papeletas cuando apareció corriendo la señora Hutchinson.

– ¡Cielos!- dijo acalorada- ¡Me había olvidado por completo del día de hoy!

– No te preocupes, Tessie- respondió la señora Delacroix- Has llegado a tiempo.

El señor Summer dijo entonces:

– Bueno, pues parece que ya podemos empezar. Estamos todos, ¿no? ¿O falta alguien?

Entonces, todos comenzaron a mirar alrededor.

– ¡Falta Dunbar!- gritó uno de ellos.

– ¿Dunbar?- el señor Summers consultó la lista- ¡Ah, sí! ¡Clyde Dunbar! Tiene una pierna rota. ¿Quién sacará por él la papeleta?

– Yo, supongo- dijo su mujer.

– Muy bien, pues entonces sí estamos todos preparados- dijo entonces el señor Summers- Ya sabéis las normas. Iré llamando y al tomar la papeleta no podéis mirarla. Tenemos que esperar a que todos tengamos una papeleta.

Y dicho esto, el señor Summers comenzó a llamar a todos los que tenía apuntados en la lista. Al llegar hasta donde estaba él, la tradición era saludarse entre ellos antes de agarrar un papel de la caja.

– Adams, Allen, Clarck…

– En otros pueblos están empezando a prohibir la lotería del verano– dijo uno de los presentes a otro.

– ¡Qué ignorantes!- contestó el otro- ¡Es una tradición! ¡No se puede prohibir!

Uno a uno, fueron acercándose hasta la caja negra y rebuscando nerviosos una papeleta al azar. Luego, regresaban a sus sitios. El último fue el señor Summers. Sostuvo en alto su papeleta y entonces dijo:

– Muy bien, amigos.

Esa era la señal. Todos abrieron apresurados sus papeletas. Las mujeres comenzaron a preguntar:

– ¿A quién le ha tocado? ¿Quién ha sido? ¿A los Dunbar? ¿A los Watson?

A los pocos segundos comenzó a escucharse:

– ¡Le ha tocado a Hutchinson!

Todos miraron al hombre. Bill Hutchinson permanecía sentado e impasible, con su papeleta en la mano.

– ¡No es justo!– dijo entonces su mujer, Tessie Hutchinson- ¡No le has dado tiempo a buscar su papeleta!

– ¡Calla, Tessie! Todos hemos tenido la misma oportunidad. Acepta la suerte- le dijo otra de las mujeres.

– Sí, vayamos aligerando el proceso- dijo el señor Summers- ¿Tienes alguna vivienda más en propiedad, Bill?- preguntó entonces el señor Summers.

– No.

– ¿Y tienes hijos?

– Tres: Bill, Nancy y el pequeño Dave. Y mi mujer Tessie vive con nosotros, claro.

El desenlace del extraño sorteo de lotería. El señor Summers depositó entonces en la caja negra cinco papeletas, con ayuda del señor Graves. El resto de papeletas, cayeron al suelo. 

– ¡Os digo que no le dio tiempo a escoger la papeleta!- gritó de nuevo su mujer- ¡Deberíamos repetirlo!

El señor Summers parecía no escucharla.

– ¿Estás preparado, Bill?

– Sí- dijo él, lanzando una mirada a su mujer y a sus hijos.

El primero en sacar papeleta fue el pequeño Dave, al que tuvieron que ayudar. Después su hija Nancy, de doce años, y el mayor de los hijos, Bill.

Todos guardaron silencio. El pequeño alzó su papeleta en blanco y todos respiraron aliviados. También tenían papeleta en blanco los otros hijos, Nancy y Bill. Le tocaba a Tessie, pero no quiso abrirla, así que su marido enseñó su papeleta en blanco.

– ¡Es Tessie!- dijo el señor Summers.

Su marido le arrebató con furia el papel y enseñó el punto negro en medio de la hoja. El punto que había pintado el señor Summers la noche anterior.

– ¡No es justo!- volvió a decir la señora Hutchinson- ¡Os digo que no es justo!

Pero ya estaba hecho. Todos fueron a por sus piedras y Tessie quedó sola en medio de la plaza. Los niños fueron los primeros en empezar. La primera piedra le dio a Tessie en la sien. Entonces, el pueblo entero se lanzó sobre ella.

9.El espectro y el salteador de caminos 

zjVGEQZYDOTPVyCyi4WgnhZ5lDPTjP6Lfuioi5sfOyNv 1j0GOpKb pFgFl5tyb oY1cqaqK E3o5ji8F608arBDr8i8Gogh1SciDEuQrk2qkq644D0Aav5StPWCJmcSdmnXPiy XjPvvpvIkw

Cuentan una historia realmente asombrosa y espeluznante acerca de Hind, el salteador de caminos más conocido tras Robin Hood. Y lo que cuentan tiene que ver con el mismísimo demonio. O al menos eso piensan los que han oído el relato. La historia de Hind narra cómo un espectro se le apareció en uno de los caminos donde el bandido solía perpetrar sus fechorías. Lo cierto es que el espectro conocía bien a Hind, y sabía en qué posadas descansaba. Así que fue hasta una de ellas vestido con un simple traje de ganadero. Llevaba consigo una pesada maleta que hizo llevar hasta su habitación, con la intención de que todos supieran que transportaba algo importante en ella.

Hind contaba con ojos en todas partes, personas a las que pagaba a cambio de información, y pronto le llegó la noticia de que aquel humilde ganadero transportaba en realidad una buena suma de dinero. De hecho, le habían visto sacar el dinero de la maleta y repartirlo en dos bolsas de igual peso. Colocó cada una a cada lado de su caballo.

Hind planeó esa noche el asalto a ese forastero en uno de los cruces de su camino favorito. Lo haría a la mañana siguiente. El espectro y el salteador de caminos: asalto al forastero

Hind se escondió tras unos árboles en medio del camino por donde debía pasar el ganadero aquel día. En cuanto vio que se acercaba, salió a su encuentro, con una pistola en cada mano.

– ¡Baja ahora mismo del caballo y entrégame todo el dinero!-gritó Hind amenazante.

– No llevo nada de valor. Solo soy un humilde ganadero…- lloraba y se quejaba el demonio.

– ¡No me vengas con cuentos! ¡Sé que llevas a cada lado del caballo un saco lleno de monedas! ¡Baja, te digo!

El salteador tomó las riendas del caballo y lo sacó del camino. Lo llevó hasta una explanada oscura del bosque y volvió a amenazar al hombre. Y aunque en un principio el espectro se negaba a bajar del caballo, finalmente Hind cortó los estribos e hizo bajar a trompicones al hombre, que aparentemente, parecía muy asustado. El bandido cortó las cuerdas que ataban los sacos al caballo y se dispuso a abrirlos, mientras el espectro contemplaba todo tras él. Pero, lejos de encontrar lo que esperaba, a Hind se le encogió el corazón, se le paralizó toda la sangre y un fuerte nudo pareció apretar al instante su garganta. Al abrir los sacos que transportaba el ganadero, en lugar de dinero, encontró una cuerda y un trozo de latón con la forma exacta de una horca. Lo peor fue cuando escuchó tras de sí, con una profunda voz cavernosa:

– ‘He aquí tu destino, Hind… ¡ten cuidado!’.

El ganadero le había llamado por su nombre. ¿Cómo lo sabía? Cuando el bandido se dio la vuelta, no encontró nada más que unas monedas en el suelo. Las monedas sumaban el total del sueldo que recibía un verdugo para hacer su trabajo.

10.El almohadón de plumas 

niX lVMBbnbsPGAj04ZaNeuH99ZsX3d4Rm2J0u1ENmvevejhRYgPAUNNwLdlTqnkvDB zvZ5YH9XexYXTUc5tys3DpdLmr9NcTP628Gib8puHxk DIf7EklWVqAQ2tc8azlPmnAlfKSAEds JQ

Alicia solo llevaba tres meses casada, pero su feliz luna de miel no duraría mucho… La pareja de recién casados se trasladó a una casa heredada por su marido, Jordán. Era una fría vivienda de suelos blancos marmolados y esculturas pétreas de rostros desfigurados.

A Alicia, aquel lugar le provocaba escalofríos, pero no quiso decirle nada a Jordán. Él tampoco era excesivamente efusivo. Más bien serio y retraído. Aún así, Alicia le esperaba con impaciencia, para poder calmar su miedo y refugiarse en sus fuertes brazos. Sin embargo, su angustia se acrecentó, y sin saber por qué, cada día le costaba más levantarse. Alicia sentía que cada día que pasaba, el cuerpo le pesaba más y más. Era como si una enorme losa cayera sobre su frágil cuerpo cada mañana.

– Será este lugar… – se decía así misma- Este lugar tan lúgubre, que me provoca tanta tristeza…

El caso es que, inexplicablemente, con cada amanecer, Alicia se despertaba sin fuerzas. Durante la tarde mejoraba su ánimo, y terminaba con algo más de alegría. Pero al despertarse, sentía que no podía con su cuerpo. Y un buen día, enfermó.

Los médicos dijeron que era gripe. Tenía algo de fiebre y ella sentía que no tenía energía ni siquiera para andar. Se desplazaba arrastrando los pies por los pasillos. Agotada, en un momento dado, se tumbó en la cama. No podía moverse. Y en un intento por salir de ella, una mañana, se desmayó. Su marido, preocupado, volvió a llamar al médico.

– Es un caso muy extraño- le dijo el doctor- Tiene anemia severa y no nos explicamos por qué… Su mujer se agota, se le va la vida. Pero no puedo hacer nada porque no conozco el motivo…

Jordán se quedó mudo de terror. ¿Qué le pasaba a su joven esposa? ¿Cómo que se le escapaba la vida? El caso es que ella empeoraba cada día. Y eso, sin salir de la cama, postrada como estaba, sobre el colchón, sobre el almohadón de plumas y con la mirada fija en el techo. Pronto empezó a tener alucinaciones. Un día, Jordán la encontró arrodillada frente a la alfombra extendida en la pared del cabecero. Miraba fijamente y con los ojos desorbitados. Al ver a su marido, pegó un grito de terror.

– ¡Soy yo, Jordán!- le dijo mientras le abrazaba.

Alicia miró una vez más a aquella alfombra y volvió a observar a su marido. Al fin contempló la realidad, lejos de aquella monstruosa imagen que le amenazaba en su imaginación. Y así es cómo Alicia se fue extinguiendo. Su vida se fue agotando en su agónico silencio. Y su anemia consumiéndola.

– Poco hay que hacer ya- le dijo a Jordán el doctor una mañana.

Ese mismo día, ella murió. A la mañana siguiente, una criada fue a hacer la cama y algo le llamó la atención.

– Señor Jordán, ¡venga!- gritó asustada.

En el almohadón de plumas había pequeñas manchas carmesí.

– ¿Qué es?- preguntó la mujer- ¡Parece sangre!

Jordán cogió el almohadón y lo miró bien a la luz de la ventana.

– Sí… es sangre- asintió él.

Entonces, buscó unas tijeras y comenzó a rajar el almohadón. Empezaron a salir plumas y entre ellas, asomó de pronto un ser espeluznante. La criada dio un grito de terror. Era un horrible insecto. Tenía el vientre hinchado de sangre, y unas patas largas y peludas asomaban entre las plumas. Había sido él, sin duda, quien sorbió la vida de Alicia. El que le chupó toda la sangre a base de pequeñas picaduras. El que, cada noche, y después durante todo el día, fue llevándose poco a poco la energía de su mujer sin apenas dejar huella. Y él, Jordán, no se había dado cuenta de que el causante de la muerte de su esposa estaba tan cerca.

Adaptación por Estefanía Esteban.

 Esperamos que hayas disfrutado leer estos 10 cuentos de terror para adolescentes, ¡Muchas gracias! Te invitamos a seguirnos en nuestra Página de Facebook y Canal de Youtube, en los cuales subimos contenido de terror regularmente. Si quieres ver contenido relacionado, da click aquí para entrar a la sección completa de historias de terror. Si te interesan más los temas relacionados a hechizos y conjuros, de igual forma contamos con una sección que seguramente te parecerá interesante. 

error: Maldición Gitana, si copias los textos te saldrá un barro en la nariz!!