Siempre pensé que los ruidos en la noche eran normales. El crujir de la madera, el viento golpeando la ventana, los pasos imaginarios que se desvanecían en la oscuridad. Hasta que una noche descubrí que no eran mi imaginación.
Eran reales.
Era pasada la medianoche cuando lo escuché por primera vez: un susurro. Apenas un murmullo ahogado que se colaba por la ventana de mi habitación. Me incorporé en la cama y presté atención.
«Déjame entrar…»
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Miré hacia la ventana, esperando ver alguna sombra en la tenue luz de la luna, pero no había nada. Solo mi reflejo y el vacío de la noche.
Pensé que debía ser el viento. Intenté dormir.
A la noche siguiente, volvió a ocurrir. Esta vez el susurro fue más claro.
«Abre la ventana…»
Salté de la cama y encendí la luz. Mi habitación seguía igual, silenciosa y vacía. Me acerqué lentamente a la ventana, esperando encontrar a alguien afuera, pero el patio estaba desierto.
Esa madrugada, dormí con las luces encendidas.
El tercer día, las cosas cambiaron.
Ya no era solo un susurro. Era una voz, nítida, familiar. Susurraba mi nombre.
«Sé que puedes oírme…»
Mi corazón latía con fuerza. No me atreví a moverme. Quería pensar que era una broma, que alguien se escondía afuera y me estaba jugando una mala pasada. Pero algo dentro de mí me decía que no era así.
No abrí la ventana.
Esa noche, no dormí.
Al amanecer, revisé cada rincón de la casa, pero no había señales de que alguien hubiera estado afuera. Sin pisadas en la tierra, sin ramas rotas. Nada.
Pero entonces lo vi.
Justo en el cristal de la ventana.
Una marca. Una huella de mano… desde adentro.
Desde entonces, cada noche antes de dormir, enciendo una veladora y murmuro una oración. No sé si sirve de algo, pero el susurro sigue ahí… más cerca, más insistente.
A veces, despierto con la sensación de que alguien está junto a mi cama. Siento su aliento frío en mi oído.
Anoche, al levantarme por agua, noté algo en el espejo.
La marca en la ventana ya no está.
Ahora está en el cristal del armario. Desde dentro.
Si están leyendo esto, significa que aún puedo contarlo.
Por ahora.
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